La iglesia de Jesús
Al recorrer la iglesia el visitante puede contemplar mejor las pinturas de Paolo Sístori, sobre todo las del deambulatorio, pintado al temple con motivos arquitectónicos imitando a la decoración que existía con anterioridad a la transformación de la iglesia en museo en 1955. Las pinturas de las capillas fueron sustituidas por una decoración plana monócroma. El gran trampantojo pintado por Sístori a finales del siglo XVIII acentuaba la condición teatral del escenario. La zona de tribunas conserva intactas sus arquitecturas fingidas y sus simulados ángeles marmóreos, verdadero efecto ilusorio que produce sensaciones de realidad.
Cuando la iglesia fue dotada de mejores condiciones museográficas se habilitó un corredor entre las capillas para poder contemplar los pasos desde cerca, dotándolos de una nueva visión.
Actualmente el visitante puede contemplar estos conjuntos en un espacio unitario, rodeados de una atmósfera sagrada, en la disposición en que debían ser custodiados y venerados. Es un auténtico teatro barroco desmantelado una vez al año para pasear por el inmenso teatro al aire libre de la ciudad, iluminado por los rayos del sol radiante de la primavera murciana, donde la escultura en movimiento, balanceándose a hombros de nazarenos estantes, cobra su auténtico significado. Es, sin duda, este rasgo uno de los mayores logros del Museo al no alterar en lo sustancial la función originaria de las imágenes, respetando la tradición y confiriéndoles en todo momento el destino para el que fueron ideadas. Un Museo interior y un Museo en la calle.
El Padre Calatayud, un jesuita del momento dijo: “El culto en la casa santifica, en la iglesia edifica, en la calle ejemplariza”. Salzillo tenía así la responsabilidad de que a través de su arte, como lo ha señalado Pardo Canalís, a “los fieles – vecinos, familiares, amigos- [que] se alineaban en las calles para evocar la Pasión del Redentor” pudiera despertarles “compasión con Jesús, indignación con Pedro, perplejidad en los Apóstoles, sufrimiento con la Virgen y hasta aborrecimiento ¡por qué no! frente a todos los Judas y sayones imaginables”. De ahí la presencia de anacronismos en los atuendos de los personajes, las gradaciones de color, desde las ricas túnicas estofadas de Cristo de la Cena o el San Pedro del Prendimiento, a los rojos, verdes y azules de los Apóstoles o el amarillo de Judas, alegoría de la traición. En la Verónica o en el Soldado del Beso, dominan los azules y rosas, los mismos colores con los que estaba originalmente vestida la Dolorosa, cuya túnica y manto fueron diseñados por el mismo Salzillo. Las diferentes carnaciones también eran identificadas rápidamente por los fieles, desde las toscas y rudas anatomías tostadas de los sayones al blanco sonrosado y traslúcido del Ángel de la Oración en el Huerto.